En este artículo, que se constituye como el primero de una serie, se pretende analizar, debatir y dar una opinión crítica sobre los principales argumentos actuales contra la fracturación hidráulica o fracking, uno de los temas de candente acutalidad dentro del mundo de la ingeniería en petróleo y gas.
Para ponernos en situación, comenzaremos explicando qué es el fracking.
El fracking o fracturación hidráulica es una técnica petrolífera, utilizada por varios países en la actualidad, mediante la cual se trata de posibilitar o aumentar la extracción de gas y petróleo del subsuelo.
No se trata de una técnica nueva, sino de un concepto presente en la ingeniería del petróleo desde 1947, cuando se realizó la primera fractura. Desde ese momento, se han hecho casi 2.5 millones de fracturas hidráulicas en pozos de varias zonas del planeta, la mayor parte de ellas en EE.UU (cerca de un millón de pozos, según el US Department of Energy).
Resumidamente se puede decir que para llevar a cabo una fracturación hidráulica es necesario disponer de un pozo vertical u horizontal, previamente construido, entubado y correctamente cementado. Una vez que se ha llevado a cabo dicho pozo, se trata de crear uno o varios canales permeables a través de la inyección de agua a presiones elevadas, de tal forma que esa agua a presión supere la resistencia de la roca y abra unas grietas o fracturas controladas en el fondo del pozo, justo en la sección deseada por los ingenieros, donde se encuentra la formación geológica contenedora del hidrocarburo.
Ese fluido contiene aproximadamente un 95% de agua, un 4% de arena de sostenimiento (para evitar que las grietas formadas por el agua a presión puedan volver a cerrarse) y un 1% de agentes químicos (bactericidas, espesantes, reductores de fricción, etc…)
Los partidarios del fracking dicen que se trata de una tecnología segura y fiable que no tiene más riesgos de los que pueda tener cualquier otra técnica empleada en la industria, pero sus detractores hablan de los daños medioambientales irreparables, entre otros, como elementos de juicio y argumentos en contra de la fracturación hidraúlica.
Quizá el mejor modo de empezar a hacer nuestro análisis sea el de tener en consideración el posible impacto medioambiental que resulta en las zonas en las que se aplica esta tecnología de extracción de hidrocarburos no convencionales.
El impacto medioambiental ha sido, es y será un tema de debate a lo largo de toda la historia de las fuentes de energía fósiles, especialmente en los casos del petróleo y del gas. Ahora, con la aparición del fracking, el debate vuelve a cobrar fuerza.
Existen una serie de informes y documentales alarmistas, como es el caso del famoso documental “Gasland”, por el cual el cineasta Josh Fox recibió un Óscar, y películas como Promised Land, que va en la misma línea, donde se muestran una serie de críticas infundadas y sin base científica alguna, que pretenden destruir por completo la industria del shale gas, ahora mismo un pilar estratégico y energético para los Estados Unidos de América.
El documental “Gasland” ha sido refutado por otro documental, titulado FrackNation, donde se explica cómo la industria del gas, científicos independientes de renombre y el propio departamento de Energía de los EE.UU, han refutado todos los argumentos contra el presunto impacto ambiental que está provocando el fracking en una de las zonas más mediáticas de la formación Marcellus, que es Dimock (Pennsylvania).
Hay algunos informes alarmistas, como el llamado “Estudio Cornell” que llama mucho la atención por la presencia de advertencias tales como “No hemos podido confirmar ninguna de nuestras afirmaciones”.
Es curioso ver cómo los granjeros de la zona de Dimock manifiestan su desacuerdo con el documental “Gasland” y confirman a los medios que las difamaciones que se hacen sobre su condado, mostrándolo en los medios como la tierra más yerma y contaminada de América, están destruyendo su modo de vida, prácticamente ligado a la agricultura y la ganadería desde hace ya varias décadas.
Una de las falsedades más notorias radica en que el fracking no está regulado legalmente o que la Ley de la Energía aprobada por republicanos y demócratas en 2005 eliminó toda la regulación sobre el fracking, dejando a los ciudadanos desprotegidos. Ese hecho es falso porque las perforaciones de pozos de gas han sido reguladas por cada estado desde hace ya más de 100 años, los permisos de explotación requieren de una cantidad ingente de trámites burocráticos y legales, tales como inventarios animales y vegetales, testeo de fuentes de agua dentro de un radio de 330 metros alrededor del pozo, análisis de recursos naturales y culturales, protección del hábitat de peces en cada embalse que es necesario construir para cada pozo, permiso de presas para tuberías y un largo etcétera…
El fracking no sólo no provoca daños medioambientales de carácter severo sino que además está siendo una herramienta económica para mantener vivo uno de los sectores más relacionados con el medio ambiente, como es el de la agricultura y la ganadería, debido a que muchos granjeros está logrando mantener sus propiedades y sus granjas gracias al dinero percibido por el arrendamiento de algunas de sus tierras a las compañías de gas.
Precisamente fueron 1.100 granjeros de Dimock, quienes controlaban más de 40.000 hectáreas de propiedades susceptibles de ser arrendadas, los que trabajaron incesantemente para llegar a un acuerdo y redactar un contrato de arrendamiento con las compañías de gas, que garantizara no sólo unos beneficios económicos sino la protección de la tierra de sus ancestros, que ahora también es la suya y la llevan trabajando honradamente desde hace más de siete generaciones.
Autor: Alvaro Mesonero, profesor del Máster en Petróleo y Gas: Prospección, Transformación y Gestión