En los últimos tiempos, podríamos decir que en los últimos 3 años, cuando se habla del sector de la construcción, éste está íntimamente relacionado con el fenómeno de la internacionalización. No hay artículo de periódico, noticia de la televisión o radio en la que no se dé por hecho la necesidad de internacionalizarse y más aún, de las bondades de la internacionalización. Incluso cuando los máximos responsables de las empresas constructoras hablan del fenómeno, siempre lo hacen en términos positivos.
Es evidente que dada la enorme disminución experimentada por la inversión privada en un principio y pública actualmente en el sector de la construcción, es necesario buscar alternativas. Hay demasiada capacidad instalada. Hay muchas empresas y muchos trabajadores para un mercado que se está estrechando de manera muy acelerada. De hecho, las empresas constructoras llevan ya tiempo diversificando sus negocios tradicionales y entrando en otros sectores: concesiones, energía, medioambiente y servicios, entre otros. Esto ha provocado que muchas de ellas puedan resistir mejor el dificilísimo momento actual del sector de la construcción.
El fenómeno de la diversificación geográfica orientado hacia la internacionalización está en pleno auge. No hay empresa constructora que no se haya planteado salir fuera de España a desarrollar su negocio tradicional de construcción. Está claro que no todos dan el paso, pero la posibilidad es analizada de forma generalizada. Y la pregunta que se me ocurre hacer es la siguiente: ¿no estaremos queriendo hacer de la necesidad, virtud?. Quiero decir: ¿el hecho de que el mercado nacional de la construcción haya bajado y previsiblemente vaya a seguir haciéndolo en el futuro, significa que internacionalizarse es necesariamente bueno?. Mi respuesta es que no.
Hay muchos países atractivos para invertir. Hay muchas posibilidades de negocio fuera, pero no es oro todo lo que reluce. Continuamente se nos habla de invertir en América, Asia, Europa, África y Australia, es decir, en todas partes. Se nos dice que en muchísimos países hay enormes planes de inversión en infraestructuras y todo tipo de desarrollos urbanísticos. Se nos asegura que hay capital para desarrollar dicho planes y que las garantías son totales. Que hay medios humanos, materiales y maquinaria suficientes para realizarlos y que si no, se importan. Finalmente, por supuesto, se nos garantiza un beneficio no inferior a un “X %”, que siempre resulta ser una cifra bastante elevada.
Evidentemente, las empresas españolas han demostrado una capacidad técnica y de gestión muy elevada que las hacen estar entre las mejores a nivel internacional. El desarrollo en infraestructuras y todo tipo de edificaciones en las últimas décadas en nuestro país ha sido absolutamente espectacular. La capacidad de absorción de Fondos Europeos ha sido elevadísima. Somos puestos como modelo en este sentido por muchos países y sus administraciones y empresas. Esto, está claro que nos pone en una buena disposición a la hora de mirar hacia el exterior , pero no es suficiente.
Cada país tiene sus características propias. Sus administraciones, su capacidad de gestión, sus medios humanos, técnicos y financieros. Su cultura y mentalidad. Todo esto es necesario tenerlo en cuenta a la hora de analizar las diferentes oportunidades y países. Se debe ser muy riguroso y estudiar muy bien el binomio rentabilidad – riesgo. No es muy aconsejable aterrizar en un país sin un estudio previo. Se deben minimizar las sorpresas. Si ninguna obra sale exactamente tal y como se planifica en un inicio en España, ¿cómo podemos esperar que eso ocurra en un entorno poco conocido?.
Hemos de ser realistas. Internacionalizarse supone una inversión. Optimicémosla. Utilicemos esos recursos para minimizar riesgos. Escojamos el país o países que más se adaptan a nuestra empresa y objetivos. Garanticemos que tenemos los medios adecuados para desarrollar la actividad pretendida. Estudiemos bien los proyectos. Garanticemos al máximo los cobros y no pensemos que todos los proyectos tienen un “X %” de beneficios, porque eso no ocurre. Hay empresas que aterrizaron hace años en países, ganaron un concurso en el que se suponía que no iban a ganar mucho dinero y finalmente lo perdieron. Se suponía que era el sacrificio necesario por empezar a trabajar en un nuevo país. Pues bien, varias obras después todavía están esperando ganar en alguna de ellas ese “X %” de beneficios.
En resumen, la internacionalización puede ser una solución para las empresas constructoras españolas, pero para ello es necesario analizar con meticulosidad y realismo las oportunidades que se nos presenten, invertir inteligentemente nuestros recursos, adaptarse al entorno que nos rodee en cada caso y desarrollar nuestra gran experiencia y capacidad de gestión. Sólo de esta manera podremos decir que hemos hecho de nuestra necesidad, virtud.
Este artículo ha sido aportado por Borja Escobar Cervantes,
Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Madrid. Executive MBA en el IE. Ha ocupado diversos puestos directivos y de gestión de obras como: Director de Desarrollo de Negocio, Director de Medioambiente y Director Internacional en PEYBER HISPANIA y Director de Gestión de Suelos en DRAGADOS. Anteriormente, Jefe de grupo de obras civiles en SANDO donde también fue jefe de obra de grandes obras civiles. En sus primeros años de experiencia, en ACS ocupó diversos puestos de obra como jefe de producción, director de planificación técnica y jefe de obra en varias obras civiles.
Actualmente colabora con la escuela de formación online Eadic, impartiendo el curso El jefe de obra: organización, gestión y rentabilidad de la obra